
Adam acepta, le paga una fuerte suma de dinero y se lleva el paquete con la droga, no la consumirá aún; son sus reservas. Mientras estaciona el auto en la cochera de la casa de sus padres coge el teléfono y llama a su madre para preguntarle la fecha de su regreso. Contesta su padre, ebrio, y Adam pregunta. Su padre le vocifera que nunca volverá, ya que nunca quiere volver a ver a la decepción de hijo que tenía y que si hubiese sido por él, nunca hubiese nacido. Adam molesto y con los ojos llorosos huye hacía la calma de su habitación y busca cigarrillos pero no los encuentra, algo debía hacer. Debía hacerse daño, sentía que esa era la única manera de sacar el dolor de su ya adolorido cuerpo. Recuerda el paquete de cocaína que compro, lo busca, lo abre, toma un billete de 100 dólares y empieza a aspirarlo con mucha fuerza. Línea tras línea, no paraba. Lloraba y lloraba, otra línea, otra línea. Las piedras en su cabeza han despertado y empiezan a hablarse, una con otra pero son muchas, mucha piedras las que hablan, no lo soporta. Otra línea. Siente algo en su pecho. Las piedras empiezan a gritar y a moverse. Lo molesta demasiado. Se arrodilla en el suelo. Siente que las paredes se la caen encima, ve fuegos artificiales, ve una bomba, ve pastillas volando. Su corazón palpita muy fuerte. Grita, le duele. Ve un arcoíris. Las piedras se hacen más pequeñas. Su corazón le duele más. Ve truenos. Recuerda lo que le interesa. Se pregunta que hace. Se abalanza contra el suelo. Las piedras dejan de hablar, el corazón le deja de doler. El silencio toma por asalto el lugar, Adam yace en el suelo. Las cinco de la madrugada y no se levanta. Las once de la mañana y no se levanta.
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